Esta objeción me ha sido puesta de muchas formas, con
mayor o menor virulencia, con cierto respeto y a veces
sin ningún respeto. He aquí cómo me escribía una mujer
protestante, aunque no asiste a ninguna iglesia en particular:
Para
mí es claro lo de que no nos hagamos imágenes
de las cosas que están en el cielo, ni imágenes
en las que pongamos nuestra fe. Día a día veo
religiosos de la fe católica, que le rezan a un
Cristo en la cruz o a una virgen como si
esas imágenes pudieran hacer algo por nosotros. En el Apocalipsis
cuando Pedro1 tuvo la santa revelación cometió el mismo error
de inclinarse ante el ángel que le mostraba todas las
cosas, pero éste le dijo: “no lo hagas; adora a
Dios”.
Otro me escribía: ¿Por qué se adoran imágenes y
se inclina uno ante ellas si la Biblia dice lo
siguiente…?: Éxodo 20,4: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo
en la tierra, ni en las aguas debajo de la
tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque
yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la
maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera
y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago
misericordia a millares, a los que me aman y guardan
mis mandamientos”.
1 Así dice en el original; en realidad
la visión la tuvo Juan. Téngase en cuenta que cuando
cito las objeciones que he recibido, trato de ser fiel
al modo en que han sido presentadas. Por tal motivo
no corrijo los errores –salvo ortográficos– que a veces aparecen
en las citas bíblicas, algunas inexactas y otras incluso inexistentes.
Ante todo hay que aclarar que para cualquier católico
bien formado, la adoración de una imagen (ya represente un
santo, un ángel o la misma Virgen) es un pecado
contra el primer mandamiento de la ley de Dios. Si
un católico “adora” una imagen, no es católico sino idólatra.
Pero esto no debe confundirse con la “veneración” de las
imágenes sagradas y de los santos. Se trata de dos
cosas muy diversas.
Es cierto que el texto de Éxodo
20,4-5 prohíbe la fabricación de imágenes, pero al mismo tiempo
también es cierto que en el mismo libro, apenas cinco
capítulos más adelante, Dios manda hacer imágenes en el Arca
de la Alianza: ...dos seres alados de oro labrado a
martillo en los dos extremos, haz el primer querubín en
un extremo y el segundo en el otro. Los querubines
formarán un cuerpo con el propiciatorio, en sus dos extremos.
Estarán con las alas extendidas por encima, cubriendo con ellas
el propiciatorio, uno en frente al otro, con las caras
vueltas hacia el propiciatorio (Ex 25,18-20). Más adelante Dios
manda, por medio de Moisés, fabricar la imagen de la
serpiente de bronce: hazte una serpiente como ésas y ponla
en el asta de una bandera. Cuando alguien sea mordido
por una serpiente, mire hacia la serpiente del asta, y
se salvará (Núm. 21,8-9). David entregó a Salomón, su
hijo, un plano en donde se detallaba: para el altar
del incienso, oro acrisolado según el peso; asimismo el modelo
de la carroza y de los querubines que extienden las
alas y cubren el arca de la alianza de Yahveh.
Todo esto conforme a lo que Yahveh había escrito de
su mano para hacer comprender todos los detalles del diseño
(1Cro 28,18-19). El profeta Ezequiel (41,18) describe imágenes grabadas
en el templo: estaban cubiertos de grabados alternados de seres
alados y palmeras . No debemos tampoco olvidar que la
misma Biblia recurre a las imágenes de Dios, pues los
primeros capítulos del Génesis y los libros posteriores nos hablan
de Dios por medio de imágenes “antropomórficas”, es decir, asignándole
a Dios rasgos humanos, para poder hacerlo comprensible a los
primeros oyentes y –luego– lectores de esos libros: Dios es
descrito por el autor sagrado como modelando con sus manos
la arcilla para hacer al hombre (cf. Gn 2,7), acerroja
tras Noé la puerta del arca (cf. Gn 7,16) para
estar seguro que no se perderá ninguno de los moradores;
tiene el universo en su mano y cultiva a su
pueblo como un viñador (cf. Is 5,1-7); su Espíritu aleteaba
sobre las aguas al comienzo de la Creación (cf. Gn
1,2); descansa el séptimo día de la Creación (cf. Gn
2,3); se pasea por el Jardín al caer de la
tarde y sus pasos hacen ruido (cf. Gn 3,8); Dios
hace las túnicas de piel para Adán y Eva y
Él mismo los viste con ellas (Gn 3,21); y si
vamos al resto de la Biblia vemos a Dios descrito
con pasiones humanas: se enoja, se arrepiente, se goza, se
agita, etc. Y el Libro de los Salmos nos inunda
con imágenes de Dios: tiene una voz que descuaja los
cedros del Líbano y enciende llamaradas (Sal 29), mira desde
lo alto morando en el cielo (cf. Sal 33,13), tiene
ojos (cf. Sal 33,18), Dios unge con óleo (cf. Sal
45,8); está sentado en un trono (cf. Sal 47,9); sale
al frente del pueblo como un guerrero (cf. Sal 68,8);
tiene alas y plumas con las que cubre a sus
hijos (cf. Sal 91,4); se arropa de luz como un
manto (cf. Sal 104,2); se desliza sobre las alas del
viento, usa a las nubes como carro (cf. Sal 104,3-4),
etc. Todas éstas son imágenes literarias, pero no menos imágenes
que un cuadro de Dios o una escultura. Dios no
tiene manos, ni camina como los hombres, ni tiene pies
para que sus pasos se escuchen, Dios no cose vestidos,
ni cultiva como un labrador, ni viaja sentado en una
nube, ni tiene ojos, ni se viste de luz material,
etc.; todas éstas son imágenes tomadas del mundo de los
hombres para dar a entender a nuestros pobres intelectos, la
majestad divina. Pero si el literato puede usar imágenes, ¿por
qué no puede usarlas el pintor o el escultor? Si
podemos hacer imágenes en nuestra imaginación, ¿por qué no pueden
hacerse en el exterior?
Evidentemente esto nos muestra que
la intención y el alcance de este mandamiento de Dios
es otro. Los autores sagrados (y Dios que los inspira)
no pretenden reaccionar principalmente contra una representación sensible, pues, como
hemos dicho, la misma Biblia está colmada de representaciones sensibles
y la historia del pueblo de Israel nos muestra que
Dios manda varias veces hacer representaciones de cosas espirituales (como
los querubines o la serpiente salvadora), sino que lo que
intenta este mandamiento es luchar contra la magia idolátrica y
preservar la trascendencia de Dios. Dios prohíbe la fabricación de
imágenes destinadas a la adoración, porque el culto de adoración
sólo corresponde a Dios. Es, pues, pecado de idolatría el
adorar una imagen, sea representativa de Dios o de un
santo, como si ésta fuera Dios . No es en
cambio idolatría el solo hecho de representar a Dios con
imágenes, ni el rendir a las imágenes una veneración que
no termina en ellas sino en la persona venerada o
en Dios mismo, del mismo modo que un joven que
tiene sobre su mesa una fotografía de su novia o
de su esposa no está enamorado del papel que la
representa, aunque de vez en cuando la bese, sino de
la persona retratada en esa foto de papel. Y lo
mismo se diga de quien lleva consigo fotografías de sus
hijos o de sus padres. Así como estas personas al
mirar esos retratos piensan en las personas de carne y
hueso que están allí retratadas y rezan por ellos a
Dios, de la misma manera quien mira una imagen de
un santo o de la Virgen, no se detiene en
el papel, la terracota, el yeso o la madera de
que están fabricadas sino en la persona real que, desde
el cielo puede interceder por nosotros ante Dios.
Éste es
el motivo por el que el Concilio de Nicea reunido
en el año 325 afirmó lo siguiente: “Siguiendo la enseñanza
divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de
la Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que
habita en ella), definimos con toda exactitud y cuidado que
las venerables y santas imágenes, como también la imagen de
la preciosa y vivificante cruz, tanto las pintadas como las
de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en las
santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos,
en las paredes y en cuadros, en las casas y
en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios
y Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada, la
santa Madre de Dios, de los santos ángeles y de
todos los santos y justos”2 . Si bien la
fe no depende de nuestra visión, tampoco debemos despreciar las
imágenes. De hecho, el mismo cuerpo de Jesús presente en
este mundo era una imagen para sus discípulos; como dice
el Catecismo: “la Iglesia siempre ha admitido que, en el
cuerpo de Jesús, Dios que era invisible en su naturaleza
se hace visible”3 . Y también: “lo que había de
visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de
su filiación divina y de su misión redentora”4 .
Las
imágenes de santos y otras cosas sagradas, cumplen una función
muy importante en la vida de la Iglesia. No nos
dan la fe, pero a través de ellas permiten a
nuestra naturaleza, que es a la vez corporal y espiritual,
remontarse a Dios de modo connatural.
La Iglesia ha condenado
siempre la adoración de las imágenes. Así, por ejemplo, en
el segundo concilio de Nicea (año 787), hablando de la
adoración de las imágenes, dice que “no está de acuerdo
con nuestra fe, que propiamente da adoración a la naturaleza
divina, aun cuando haya gestos que tengan apariencia de adoración,
como aquéllos con los que se honra la figura de
la vivificante cruz o los libros santos de los evangelios
así como otros objetos sagrados”.
El catecismo del Concilio
de Trento (año 1566) enseñó que se comete idolatría “adorando
ídolos e imágenes como si fueran Dios, o creyendo que
ellos poseen alguna divinidad o virtudes que les dé derecho
a recibir nuestra adoración, a elevarle nuestras oraciones o a
poner nuestra confianza en ellos”. Y el Catecismo de la
Iglesia Católica explica que “la Escritura constantemente nos recuerda que
hay que rechazar los ídolos de plata y oro, la
obra de manos de los hombres. Ellos tienen boca pero
no hablan, ojos pero no ven. Estos ídolos vacíos hacen
vacíos a sus adoradores, aquéllos que los hacen son como
ellos, así como todos los que confían en ellos (Sal
115,4-5, 8)”5 .
2 DS 600; la doctrina de
las imágenes y su justo lugar en el culto católico
está expuesto de modo muy claro en el Catecismo de
la Iglesia Católica, nn. 1159-1162. 3 Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 477. 4 Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 515.
Para más información y compras, dirigirse a “Ediciones
del Verbo Encarnado” El Chañaral 2699 – CC 376 (5600)
San Rafael – Mendoza Argentina Tel: +54 (0)02627 – 430451
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Fuente:
http://www.es.catholic.net/sectasapologeticayconversos/574/2711/articulo.php?id=26958
Links de interés:
http://pabloeze.wordpress.com/2012/04/06/no-te-haras-imagenes/
https://evangelio.wordpress.com/2008/11/24/el-segundo-mandamiento-no-te-hars-imagen/
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